Difícil resumir todos los momentos y sensaciones vividas durante los días que nos ha llevado finalizar nuestra particular peregrinación por el Camino de Santiago.
Comenzamos en León, lugar donde pusimos punto y seguido el pasado año, con la ausencia de nuestro amigo Gabriel que por motivos de trabajo no nos ha podido acompañar (¡se te ha echado en falta, Gabriel!) y como Santiago de Compostela se nos hacía muy cercano, decidimos acabar nuestra andadura en Finisterre, y de este modo asomarnos al Fin del Mundo.
Durante la primera de las etapas tuvimos que sortear dos grandes obstáculos: la subida a la Cruz de Ferro y la sorpresa que nos tenía preparada Antonio en forma de cocido maragato. Pedazo comilona que nos pegamos en el Mesón la Magdalena en Castrillo de los Polvazares, muy cerquita de Astorga.

Durante la primera de las etapas tuvimos que sortear dos grandes obstáculos: la subida a la Cruz de Ferro y la sorpresa que nos tenía preparada Antonio en forma de cocido maragato. Pedazo comilona que nos pegamos en el Mesón la Magdalena en Castrillo de los Polvazares, muy cerquita de Astorga.
Y la verdad es que nos vino de fábula para recuperar fuerzas y subir los 1.500 metros de la Cruz de Ferro (¡Que animales somos!).
Y si dura fue la primera, la segunda ya ni te cuento, con la famosa subida al Cebreiro de por medio. Sencillamente espectacular, tanto por sus paisajes como por el gran esfuerzo que tienes que hacer para llegar arriba.
Pocas veces he disfrutado tanto subiendo un puerto de montaña.
Espectacular la entrada al Cabo Finisterre y más espectacular aún el atardecer desde el faro.