domingo, 4 de septiembre de 2011

Santiago de Compostela / Finisterre

Difícil resumir todos los momentos y sensaciones vividas durante los días que nos ha llevado finalizar nuestra particular peregrinación por el Camino de Santiago.

Comenzamos en León, lugar donde pusimos punto y seguido el pasado año, con la ausencia de nuestro amigo Gabriel que por motivos de trabajo no nos ha podido acompañar (¡se te ha echado en falta, Gabriel!) y como Santiago de Compostela se nos hacía muy cercano, decidimos acabar nuestra andadura en Finisterre, y de este modo asomarnos al Fin del Mundo.

Durante la primera de las etapas tuvimos que sortear dos grandes obstáculos: la subida a la Cruz de Ferro y la sorpresa que nos tenía preparada Antonio en forma de cocido maragato. Pedazo comilona que nos pegamos en el Mesón la Magdalena en Castrillo de los Polvazares, muy cerquita de Astorga.



Y la verdad es que nos vino de fábula para recuperar fuerzas y subir los 1.500 metros de la Cruz de Ferro (¡Que animales somos!).
Y si dura fue la primera, la segunda ya ni te cuento, con la famosa subida al Cebreiro de por medio. Sencillamente espectacular, tanto por sus paisajes como por el gran esfuerzo que tienes que hacer para llegar arriba.

Pocas veces he disfrutado tanto subiendo un puerto de montaña.
¡Y la sensación de felicidad que tienes cuando consigues coronar la cima es brutal!

Durante las siguientes dos etapas, y hasta llegar a Santiago, el terreno se suaviza bastante. De ellas recuerdo con especial cariño Monterroso y sus pulperías, los caminos repletos de enormes eucaliptos que hacen que tengas la sensación de ir por túneles y también la emoción tan especial que sentí al visualizar a lo lejos la ciudad de Santiago desde el Monte do Gozo.


Pero fue la quinta y última de las etapas, la que nos llevó a Finisterre, la que más me fascinó. Primero por la dureza de la misma, dado que se trata de una auténtico “rompe piernas”, y en segundo lugar por la belleza del paisaje por el que transita el Camino.

Espectacular la entrada al Cabo Finisterre y más espectacular aún el atardecer desde el faro.

De este modo, con más de 460 km. a nuestras espaldas conseguimos llegar a nuestro destino y descubrir, por fin, esa maravillosa sensación que te recorre el cuerpo cuando ves como en el horizonte el sol se sumerge en el Océano Atlántico.

¡Buen Camino para todos los que os animéis a realizarlo en un futuro!